La introducción a uno de mis libros de poemas que hoy desempolvo porque no hay nada más bonito que confesarle al mundo las cosas que uno siente, sin miedo, para poder volar bien alto, libre, en la inmensidad de nuestro pensamiento, sin los terribles pesos de la culpa, felizmente enamorado...
YO CONFIESO...
...que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión... Por esa razón, hoy recurro de nuevo al papel para enfrentarme de nuevo a mis verdades. A mis miedos también, para imprimirlos en el papel y lanzarlos al fuego de una chimenea ávida de cenizas... Que bueno es confesarse con uno mismo... Desde que me lancé a la aventura de escribir, nunca había sido tan consciente de ello. Por eso el título de este libro... Son confesiones que, aunque hago públicas de cierta manera, me importan en la medida que puedo leerlas después de escritas y que puedo respirar tranquilo porque, siendo honesto conmigo mismo, siento que me reivindico un poco con la vida. Con esa vida que, así como me ha dado, también me ha quitado...
Confieso que muchas veces no es fácil enfrentarse a un papel en blanco para contarle esas cosas secretas que sólo te pertenecen. Más aún después de saber que después de escritas dejan de ser secretas. Es el hecho de saber que al compartirlas, estás entregando un pedacito de tu vida al vecino, a quien te sonríe en la calle sin una razón en especial, a quien dejaste de ver hace mucho tiempo, a los seres que ocupan un lugar en tu corazón y que nunca olvidarás, a los que dejaste de ver por absurdas razones y hasta a los que murieron y no volviste a ver...
No es fácil en ciertas ocasiones enfrentarse al papel... En especial cuando la lucha contra tus miedos parece volverse eterna, pero no te rindes y tienes la esperanza de poder encontrar ese milagro que te permita sentirte libre de pesadillas y con unas inmensas ganas de seguir viviendo...
No es fácil, en especial cuando te enfrentas cara a cara con el " síndrome de la hoja en blanco"... Parece un monstruo de siete cabezas que busca apagar la llama que enciende tu corazón, y tú protegiéndola de sus relámpagos, y tú dándole la espalda a sus borrascas que anhelan pintar de negro las nubes de tu cielo...
De un tiempo para acá no sé por qué razón me quiero aferrar tanto a la vida. Hace mucho tiempo no era tan consciente de ello y quiero confesarlo... Quiero confesarlo porque es algo que deseo compartir y esparcirlo como polvo de estrellas desde el mismo Dios que me creó, sobre mi familia que adoro; sobre mis amigos, ellos saben quienes son; sobre mi patria y su gente a la que admiro; aún sobre la gente que no conozco, pero que día a día lucha por encontrarle un sentido a su vida al entregarse a sus sueños de cuerpo y alma...
Quiero confesarme porque no sé si mañana siga con vida, no sé si mañana que despierte deba observar a mis viejos llorando por la muerte de su hijo... Si en verdad fuéramos conscientes de nuestra insignificancia y de lo etéreos que podemos llegar a ser, muy seguramente no nos quejaríamos tanto de nuestra suerte, de la mala cara del vecino de al lado o de las cantaletas de nuestros padres. Si fuéramos realmente conscientes de la miseria que recorre nuestra sangre, ya mismo dejaríamos de jugar con los sentimientos de los demás y de lanzar promesas ridículas al aire para demostrar, con un beso, ese amor que decimos sentir... Dejaríamos de derramar lágrimas por estupideces y lloraríamos por todo aquello que realmente tuvimos el privilegio de vivir... Anhelaríamos una nueva oportunidad de vida para cambiar lo que nos hizo daño o buscaríamos la redención por aquel daño que llegamos a causar...
Como seres humanos, tenemos la enorme ventaja de poderla embarrar cuantas veces queramos, pero también tenemos el deber de enderezar el árbol si llega a torcerse. Lo importante es que lo hagamos a tiempo y que luchemos por nuestra felicidad. La lucha es dura y pareja, y es así precisamente porque la pelea es contra nosotros mismos. Puede parecer injusto y un tanto arbitrario pero, quién dijo que ser feliz era fácil?... Si así lo fuera no habría mérito en recorrer un camino con piedras y obstáculos en su recorrido... No habría mérito en aprender las lecciones diarias de la vida, en especial las que duelen tanto...
Sólo quiero confesar con esto que, con todas mis virtudes y defectos, quiero seguir entregando lo mejor de mí en cada una de mis cosas, en cada verso que se me sale del corazón, en cada sonrisa que he aprendido a compartir con alguien que no conozco, en cada palabra sincera que comparto con mis amigos y con cada segundo que vivo con mis viejos y hermanos...
Confieso que si hay algo que me duele en la vida es ser consciente de que este paseo algún día ha de acabar... Al fín al cabo, cada hoja que nace del árbol debe crecer, caer con el tiempo, secarse y terminar por morir... Al fín y al cabo, cuando el tiempo pase, seremos viejos como nuestros padres y desearemos volver a verlos y contar de nuevo con su sabio consejo. Ese consejo que años atrás no nos dió la gana de escuchar... Al fín y al cabo, a la hora de morir, no debe haber nada más especial que dejar huellas imborrables y gratos recuerdos en la gente con la que tuvimos el privilegio de compartir nuestro camino...
Al fín y al cabo, llegamos a este mundo para ser felices y mañana es tarde para decidirnos a tomar las riendas de nuestros sueños y de nuestro destino...
CARLOS DARIO
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